XIII (trece)
La madre
En lo profundo de su inconciente,
había un hervor para mí
unos ojos tiernos que mecían
la cuna que duerme desvalido
mi cuerpo vencido al mundo,
a este compilado de
fonemas incompletos
sonando bajo en mi lecho;
tu voz, ¡sí, es tu voz!
que me deposita suave
sobre un colchón de aves
que trinan por tu hallazgo.
Vos, que habitas en los rincones
en los virajes de las cosas
en las explicaciones y las preguntas
en las inquisiciones y desamparos:
de vos me valgo, cuando algo
suscita mi pecho, reverbera
lo oscuro de mi alma y acucia,
que ahí, ahí hay una falta.
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