Estar Conmigo

     Estar Conmigo 


Antes de conocer a Zahira, mí cuerpo era un envase de lamentos, estaba vacío. Lo que a mí me conformaba era una tristeza enorme, una angustia inapelable, que no podía decirse y adquiría la forma de mí persona. Dos meses antes se murió mí abuelo, quizás un estandarte de solidez, el primer abanderado de una familia que elegimos nombrar como "el clan" y era sostenida por su misma presencia, la muerte le llegó rápido, me gustaría pensar que se lo cobró sin dolor, como si el morir fuese responsabilidad, una más de las tantas que el tenía, y como buen responsable, le hizo caso. 

Paradojalmente, dos meses después de que se haya muerto, de una tierra que sembré de lágrimas apareció Zahira. El amor es eso que aparece después de morirse, me dije alguna vez. Uno va teniendo varias muertes a lo largo de la vida, y el amor encuentra natalicios que los neuróticos agendamos sobre el calendario: fecha de conocerse, de primer beso, de primer "te amo", de ponerse de novios, de vacaciones. Pero a todas y cada una, les precede una pequeña muerte. Algo así como si hubiera siempre que sacrificar algo a cambio de amor. "Amar es dar lo que no se tiene a quien no es", dice Lacan. 

Después de encontrarse tan vacío, cómo dije antes, uno no tiene verdaderamente nada que dar, más que la profunda sensación de que quiere entregarle al otro aquello que no posee: bienestar, sostén, cuidado, empatía, amor. Y que se lo dé a quien no es, creo tiene más que ver con que nunca se sabe quién es ese otro. Zahi, cómo me gusta decirle, fue ese otro escénico casi ensayado, romántica y de película en blanco y negro, aferrada a un amor clásico que, según ella, debía darse paulatina y lentamente. 

Yo también llegué en su vida, pero a mí modo, frenético y obsesionado de amor, sin tiempo de esperar, insaciable de eso que solo ella me genera. 

Este escrito no trata esencialmente de ella, sino de lo que implica estar conmigo. Empero, no creo que exista otra versión de estar conmigo más que la que ella provee. Me conoce de extremo a extremo, sabe de mis miedos, mis certezas, mis deseos y mis horrores. ¡Que coraje!. 

Cuando recién nos conocíamos, yo intentaba no hacerme ilusiones, venía de desandar el camino del amor, de no esperar más nada de nadie. El mundo se había terminado en gran parte con mi abuelo, sinónimo del amor y la contención. Imposible. Ella era la correlatividad de las cosas buenas, era todo lo que alguna vez deseé en una persona: cariñosa, artística, pasional, peronista, gamer, empática y curiosa. La última por sobre todas las cosas. No voy a entrar en detalle sobre los temas que se hablaban, pero eran ampliamente diversos, un noticiero las veinticuatro horas del día, una crónica que hacía repaso de quienes éramos y por qué hablábamos. 

El hecho de haber perdido alguien tan importante, y en tan poco tiempo encontrar amor me resultaba confuso, temeroso cuánto menos. Pero el amor se encarga de eso, de callar miedos y ganar coraje. 

Zahi me dio un poco de todo (aún lo hace), y yo en ese tiempo aprendí a barajar que hacer con tanto amor. Nunca me había pasado. Es mi primera pareja, y probablemente la única, siempre y cuando no termine por hartarse de mí, pero eso es igualmente válido. 

Freud habla mucho sobre esto último, pulsiones y sus destinos, la vida y la muerte se parecen mucho más de lo que creemos. No es casualidad que para hablar de amor haya elegido hablar de muerte primero. 

En el medio de este relato, entre el conocerse y el hoy, ocurrieron muchas cosas, buenas y malas, tristes y alegres, risas y llantos, pulsiones de muerte y de vida. Todas ellas las supimos manejar en el mediano, corto y largo plazo, algunas fueron escindidas del pensar, otras fueron repetidas una y otra vez hasta concluirse, otras todavía no concluyen. Estar conmigo es un convite a pensarlas todas, a esclarecer la oscuridad, y también apagar la luz cuando hay que dormir en un abrazo que funde las tristezas, hasta que el sol salga y sea otro día. Estar con ella también. 

Muchas veces nuestras conclusiones recaen en la idea de que somos distintos. Hoy, eso parece ir perdiendo credibilidad, nos parecemos, y mucho.

Es el momento en el que escribo esto, cuando peor me encuentro, cuando todas las certezas que alguna vez pude tener sobre la vida parecen haber caído, desaparecido, muerto. Los ataques de pánico son la manera de demostrarlo. Estar conmigo implica conocerlos, y consecuentemente conocer los miedos que acompañan. 

Zahi los entiende, los escucha, los contiene, los abraza (inclusive a la distancia, es verdaderamente algo mágico, todavía no entiendo cómo cura a través de la palabra sin ser psicoanalista). Ella dice no saber qué hacer, yo creo que sabe cómo tratarlos mejor que yo, y ahí hay todo un tema, porque yo la busco a ella por este motivo pero tampoco quiero agobiarla, porque justamente, no es mí analista. 

Es difícil saber qué cosas es y no es una pareja, casi tan difícil como definir el amor o dar una descripción medianamente acertada. 

Estar conmigo, es descubrir que no lo sé todo, lo cual es casi una obviedad pero a simple vista suelo dar la sensación de sí hacerlo, de ser seguro y acertado. La realidad es que son más las veces que me equivoco. Estar conmigo ha de ser estresante en gran medida, suelen ganarme los miedos e inseguridades y arrebatar paz alguna. 

Zahi en cambio aparenta no saber qué hacer, según ella, desconoce muchas cosas, pero según yo, ella ha sido respuesta a todo lo malo. Sabe convertirse en mí seguridad, en las palabras calmas que vuelven amor el dolor. Su presencia y hallazgo, por sí mismos, resultaron ser vida ante tanta muerte que brota de mis miedos. 

Espero que no se malinterprete, Zahi no tiene respuesta a todo, pero es algo más importante aún, Zahi es vanguardia de amor. Su respuesta nace de la contradicción al pesar y el dolor, su aparición en mí vida contrarresta todo lo que yo consideraba normal y no debía ser tal. Zahi es también pregunta ante lo nunca cuestionado. Zahi es, ahora, abanderada del amor y la empatía, una escucha que se presta ante tanto bullicio. 

Estar conmigo, es estar con ella. Después de conocerla, mi cuerpo ya no se sintió vacío, sino lleno de motivos. Hoy mí cuerpo y mi cabeza se estremecen de una angustia que acarreo de años, pero lo único que subsiste a este rearmado de mí vida es el amor por ella. Es ella quien me da confianza de seguir mejorando. 

No encontré mejor manera de decírselo que así. 

Zahi es motivo, vanguardia, amor, confianza, empatía, paciencia, sinónimo de lo bueno. Aquello que sucede después de la muerte, el amor en estado puro. Es genuina. Y me abraza las angustias el saber que, estar conmigo no es soledad, sino estar con ella.

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