Carta (Z)

 Carta (Z)


Me estremecí, bajé, ahí donde bajan los diablos con el cuerpo derretido del calor infernal, uno casi pasional, diría; de no ser porque ahora casi no puedo usar palabras, una suerte de mudez me alcanza, y no solo eso, sino me deviene un derrumbe, un ardor, de esos que auspician los incendios en los edificios, escombros, polvos, cenizas, sirenas, gritos, y un par de sustantivos que se me escapan. A mi se me escapan bastante las cosas, más en este estado, que si bien ahora me quita las palabras, él hambre, la capacidad de dudar, en otro momento haría el efecto adverso. Digo, por lo general (hablar de generalidades me suena incierto, porque ahora, estando así, hasta arriba pero más bien descendiendo), hubiera hablado de más, viste como soy, me pongo nervioso, tiemblo (o al menos así me percibo), titubeo con la voz como si nunca alcanzara lo que tengo para decir, me confundo, me pierdo en el laberinto de modismos que pretendo usar, pero que se me escurren de las manos, quizá porque mis manos también sudan en ese momento, y se ponen patinosas, algo asqueroso, pienso. Y ahora qué le digo, también está eso, que yo pienso, a veces más, a veces menos, pero suelo pensar. Ahora, en este estado soy más de hacer, de esos que se sacan la remera y no tienen pudor de ponerse en cuero, pero en realidad no, yo hago pero a mi forma, a mi tiempo y mi espacio, capaz que vos me ves de afuera y en realidad estoy quieto, soy más bien cambiante, digamos. Pero vuelvo al pensamiento, yo suelo pensar mucho lo que digo, a veces lo pienso tanto que también se me escapa, pero el escape puede tener dos facetas, en la primera medio me olvido y medio juego a olvidarme, a hacerme el que no me acuerdo en qué pensaba pero en realidad sí, es como un juego histérico que jugamos mi yo y mi inconsciente; en la segunda, se escapa más bien como se escapa un eructo (sí, es poco romántico el ejemplo, quizá eso se me escapa también), es como si soltase las palabras con desdén, enojado de poder decirte las cosas tan simple, siento que se vuelven etéreas, se pierden como se pierde el sabor cuando abrís mucho la olla mientras cocinas, y no hay nada peor que un pensamiento que se evapora en palabras confusas. Mirá, hasta me puse a buscarle una génesis más compleja (por vos), inclusive teoricé en algún momento y escribí un ensayo del amor y todas las cuestiones que me cuestiono, valga la redundancia. Te resumo más o menos, para que no se te haga pesada mi explicación, intenté conjeturar sobre la palabra, sobre cómo hay detrás de ciertas palabras una prohibición que emana de adentro, de cómo divagamos los sujetos en un tremolo indeciso de lo que sí y lo que no; y ¿adivina qué? No, no lo pude terminar. Quizá porque todo lo que a vos respecta y hace mención, me cuesta ponerle un fin, porque no quiero, porque no me nace, porque simplemente no. Entonces, como me niego, como no me sale muchas veces la palabra justa y se me cruzan los cables, te escribo. Te escribo y tardo mucho, es denso describir al amor, porque cuando uno habla de, también está conjeturando sobre el deseo propio, y no hay nada más contradictorio que admitir lo que uno quiere, pero a la vez, no hay nada tan simple, genuino y complejo cómo aceptar que uno quiere a un otro (en este caso vos). Entonces… ¿qué es lo que hago? Me acuesto, bajo a este infierno solitario que es meterse en la cama solo, con los pies fríos hipotérmicos, con la cabeza girando sobre lo que te voy a escribir, cada tanto impregnándome por la nariz tu olor que se aloja en mi almohada, como vos a mí en un abrazo, y como no puedo decirte, te escribo. Y como te escribo, te amo, y cómo haría si no…

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